Turbios asuntos de infidelidad
Sinopsis:
Beatriz Ariza Torres, profesora de un instituto malagueño, casada, es hallada muerta en los Montes de Málaga, dos días después de que su marido denunciara la desaparición. Se pone en marcha un intenso operativo policial para detener al culpable. La misma noche de la desaparición, la Policía logra encontrar su coche y obtener una grabación del presunto asesino, hecha por una cámara de seguridad del Málaga Plaza, tras haber movido y abandonado el coche de la víctima. No obstante, todo se complica y nada es lo que parece ser. La escrupulosa juez Labrador encarga la investigación a los inspectores Adrián Galeote y Mar Herrero. Durante las indagaciones sale a la luz la doble vida que llevaba la mujer, al margen de un marido demasiado ocupado en sus labores de ejecutivo de una próspera empresa. La central de Madrid envía a dos investigadores, Óscar Méndez y Anabel Castañeda, para que ayuden en la resolución del difícil caso. Las investigaciones avanzan muy lentamente, pese a los sofisticados medios técnicos empleados, y durante la misma se revelan comportamientos oscuros de personas allegadas a la víctima. Las malas relaciones entre la juez y el inspector Galeote y entre Mar Herrero y Méndez (pareja en el pasado), junto con la intromisión en el caso de un mafioso ruso, Vanko Petrenko, dificultan la detención del culpable. Para lograrla tienen que sortear grandes peligros y situaciones íntimas muy embarazosas.
Mientras hace el amor con su marido, la inspectora Herrero recibe una llamada de móvil. Se sobresalta al comprobar por el número que es de Méndez, su ex, que trabaja con ella, sin saberlo su marido. Pero no es él que habla, sino Petrenko, un mafioso ruso llamado a ser su próximo amante.
(Fragmento-borrador)
"Mar se convulsionaba frenéticamente, a horcajadas sobre Jorge, sudorosa y jadeante, cuando oyó la señal del móvil. Descabalgó, se echó a un lado, despatarrada, sin poderse incorporar aún, debido a su persistente excitación.
—¡¿Qué coño haces, Mar?!
La inspectora se pasó las manos por la frente, despejando su acaloramiento, suspiró ostensiblemente, se dio la vuelta, acercándose a la mesita, y estiró el brazo.
—¡Deja el puto móvil! ¡No son horas!
—Será de la comisaría…
Pero cuando reconoció el número, se sobresaltó. ¡Era Méndez! ¿Por qué la llamaba a esas horas? Sopesó por un instante la posibilidad de no contestar. No había revelado a Jorge que uno de los policías venidos de Madrid era su ex. Dedujo, además, que se enteraría de la conversación permaneciendo a su lado. Se levantó de la cama y salió desnuda de la alcoba mientras su marido le gruñía:
—¡¿Me dejas así? ¿Dónde coño vas?!
Cuando estaba en el pasillo cogió la llamada. Susurró para no ser escuchada:
—Óscar, ¿cómo te atreves a llamarme aquí y a estas horas?
—¡Ja, ja, ja…! No soy Óscar. Soy Vanko. Te llamo desde su móvil. Me lo ha entregado, digamos, amablemente. Lo siento, nena, pero tenemos un problemilla. Tu amante está aquí, a mi lado, y lo vamos a tener que enviar de paseo. Ya sabes donde.
La noticia la impactó. Se tuvo que apoyar en la pared para no caer al suelo. Le entró un sudor frío. En ese instante salió Jorge de la habitación con el rostro desencajado de furia, pasó por delante, echándole una mirada fulminante de rabia, y se dirigió a la cocina.
—¡¿Qué?! ¿Qué me dices? ¿Es eso cierto?
—Dime quién es este pendejo.
—Es un compañero venido de Madrid para ayudarnos en la investigación de un asesinato.
—Si eso es así, ¿por qué cojones se dedica a seguirme, Mar?
—Recuerda: nada de nombres. No lo sé. No sé por qué lo ha hecho. Ni puta idea.
—Sabes que hay un tipo deambulando por Málaga con el propósito de enviarme al otro barrio. Si alguien me sigue, como ha hecho este mamón, no pregunto, simplemente le reviento la mollera. Estoy en mi derecho. Es lo que voy a hacer.
—¡¿Estás loco?! ¡Él no es el sicario que te busca!
—¡No voy a pararme a investigar si alguien que me sigue es o no es el puto cabronazo ese!
Jorge volvió a pasar de regreso de la cocina con la misma mirada hostil de antes, en dirección al dormitorio. Mar esperó para seguir hablando.
—Por favor, no lo hagas. No sé lo que ha pasado y por qué te ha encontrado.
—¿No le habrás dicho algo?
—¡¿Cómo puedes pensar eso?! Te he estado protegiendo en estos días, poniendo en peligro mi carrera.
—Lo sé y te lo agradezco.
—¡No quiero que me lo agradezcas! ¡Quiero que dejes libre a Óscar! No va a por ti, no sé ni cómo ni por qué te ha localizado, imagino que será por casualidad, ya me lo contará.
—No creo que pueda contártelo. Lo vamos a llevar a un viajecito por el fondo del mar, ¡ja, ja, ja, nunca mejor dicho! —Se partía de risa por el doble sentido de la palabra—. Pero no será dentro de tu conejito, sino en el mar marino de verdad.
—Idiota. Me debes una. Déjalo ir. Es una barbaridad que te plantees matarlo. Todavía no te perseguimos por ningún homicidio, sino por tus trapicheos ilegales. Te complicarías la vida inútilmente. La policía intensificaría tu búsqueda. A mí misma me tendrías en tu contra. Ese hombre forma parte de mi pasado.
—Ah, ¿sí? Vaya, ¡qué interesante! Cuenta…
Mar se dejó caer deslizándose lentamente por la pared, hasta quedar sentada en el suelo, con el móvil en la mano, impactada por los acontecimientos, por el peligro en que estaba su ex en ese momento, por la interrupción brusca de su actividad sexual con Jorge, deprimida por el choque interno de sentimientos entre la fidelidad que le debía a su marido, y que intuía estaba a punto de quebrarse, el poso que quedaba de su antiguo amor por Óscar y la complicada complicidad con el mafioso más buscado de la Costa del Sol, al que, no sabía internamente por qué, estaba ayudando, poniendo en peligro su carrera profesional. Respiró profundamente, tomó fuerzas y respondió:
—No puedo ahora, ganso. Te exijo que lo dejes ir. Me lo debes.
—¡No voy a ser tan cretino de liberar así como así a este puto madero para que mañana mismo venga a por mí! Tengo ya a mucha gente tras mis pasos. Además, me ha dicho que nos vio ayer en el Paseo Marítimo. ¿No le pondrías tú al corriente de nuestra cita?
—No seas cretino. Claro que no. Me vio por casualidad cuando salía y, por curiosidad, decidió seguirme. Ya se lo recriminé.
—Y le contaste el contenido de la entrevista. ¿Por qué lo hiciste?
Mar reflexionó. No podía revelarle detalles de su relación actual con Méndez porque Jorge estaba cerca y podría oírla. Se levantó, se fue lentamente al salón y cerró la puerta.
—¿Sigues ahí? —preguntó Petrenko, extrañado por la pausa.
—Sí. Mira, no puedo explicártelo ahora. Tuve que contárselo. Escúchame: déjalo libre, te lo suplico. Hazlo por mí, por lo que yo he hecho por ti. Si no fuera por mí, a estas horas estarías o muerto, o en chirona. Lo sabes. Sabes que es verdad.
—También yo impedí que Alexey te matara…
—Cierto. Por lo que sea, nos estamos ayudando, Vanko. No rompas esta cadena de favores. Déjalo libre. Te prometo que le hablaré y le convenceré de que no vuelva a cruzarse en tu camino, si es que tiene algo en contra tuya, que lo dudo. Está en Málaga sólo por asesorarnos en el caso de la profesora asesinada en Los Montes.
—No te garantizo nada. No sé aún lo que voy a hacer.
—No cometas una tontería, Vanko. No necesitas eliminarle y eso podría joderte la existencia.
Colgó. ¿Qué más podría hacer? ¿Alertar a Jacinto para que intentara localizar, a través el móvil, el lugar en donde estaban y montar una operación para liberarle? Pensó que no podía hacerlo. ¿Cómo explicaría su conocimiento del incidente? No podría confesar que la había llamado el mafioso Petrenko. No podía hacer nada, sólo confiar en que el ruso no hiciera ninguna locura. Se echó a llorar, sin saber muy bien por qué. Se serenó, secó sus lágrimas y se acurrucó poniendo sus brazos sobre las rodillas e inclinado la cabeza sobre ellos. Así permaneció varios minutos. Luego se levantó y se dirigió, aturdida, tambaleante por el temor y desconcierto, hacia el dormitorio.
Ya en la cama, su marido le preguntó:
—¿Quién era?
Decidió revelar medias verdades sólo.
—Un confidente. Me ha llamado para decirme que Petrenko tiene retenido a un inspector compañero mío, el que vino de Madrid. Temo que lo liquide.
—¿No sabes dónde están?
—No, no me lo ha dicho.
—¿Y no vas a llamar a tus compañeros para intentar liberarle?
No supo qué contestar. Recurrió a una falacia.
—No puedo. Si lo intento, esa gentuza descubrirían quién me ha alertado y lo matarían. He de proteger a mi fuente.
—¿A costa de que asesinen a tu compañero?
—Confío en que no lo hagan.
—¿En qué se basa esa confianza? Son criminales.
No supo qué decir. Improvisó una respuesta.
—No sé… Es una situación difícil de explicar. Creo que Petrenko es un criminal, sí, pero no un asesino. Acuérdate que evitó que me matara aquel ruso.
—He oído sin querer parte de la conversación y me ha parecido que tenías cierta confianza con el que te hablaba. ¿Me equivoco?
—No te equivocas. Este es un confidente de hace años y se ha jugado a veces la vida por ayudarnos. Es muy valioso para mí.
—¿Por qué le has advertido que nada de nombres?
—¿Eres tonto, Jorge? Está claro. Puedo estar siendo grabada. Este es un confidente confidencial, ja, ja, ja —rio por el juego de palabras—. Legalmente no podemos colaborar con delincuentes.
—Pues creo que has intentado convencerle para que no haga no sé qué. Como si fuera él el que tiene retenido a tu compañero…
—No, no es así. Es su jefe el que retiene a Óscar.
—¡Ah, se llama Óscar! —Hizo una larga pausa mientras reflexionaba—. Oye, ¿no tenías tú en Madrid, me lo contaste hace tiempo, un novio que se llamaba así?
Mar palideció. La pregunta la dejó anonadada, no la esperaba. [...]
© Antonio Gómez Hueso