Santiago Fernández Aragüez anuncia su origen desde su pintura. Pregona que es de la Axarquía, esta maravillosa comarca, única en el mundo, que huele a vino dulce, amapolas y adelfas, esta comarca que junto al mar reposa y que desparrama pueblos blancos por los montes, entre almendros, vides, naranjales y rosas. Y él, con su pincel mágico, saca la esencia de la tierra, resalta los elementos fundamentales y los dota de colores, luces y formas; los funde en un ejército pacífico de casas, árboles y lomas, sobre la tierra hospitalaria que los alimenta y reconforta. Hasta las sombras tienen color en esta sinfonía silenciosa. No hace falta la figura humana para intuir que el paisaje ha sido amorosamente labrado por gente sencilla y laboriosa, que no atentan contra la naturaleza, que todo lo hacen con armonía preciosa.

    Esta pintura está cargada de amables símbolos (sol, puertas, surcos...) que nos remiten a conceptos tan sugerentes como la libertad, la ilusión de vivir, la simpleza. Las viviendas están abiertas, hospitalidad de estas gentes, confianza, nobleza. Los colores son puros, algunos metalizados para representar mejor a la madre tierra. Las viviendas se agrupan en torno a iglesias, centro de interés de pueblos y aldeas, todo ello en una atmósfera de orden natural y hermosura.

    Diáfanos sentimientos mediterráneos, pintura oriunda malagueña, en la obra de Fernández Aragüez siempre es primavera, siempre la vida fluye, brota y rebrota, siempre florecen las azaleas. El cielo, en dulce sintonía con el mar y el suelo; los algarrobos conversan con matas, rastrojos y mariposas. Los cultivos y caseríos se disponen con esmerado orden, configurando un horizonte de paz y esperanza. Y el pueblo callado, es un corazón tierno, luminoso, encalado. Todo desprende quietud, claridad y aroma. 

    Hay que sentir esta ternura amorosa y agradecer que el artista nos revele el alma escondida de estos lugares, que nos transporte al sutil mundo de las sensaciones, a ese mundo en el que la belleza tímidamente reposa escondida, esperando que el pincel de Santiago, como a Lázaro, la despierte y le diga: “¡Muéstrate y asombra!"

 

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    Santiago no puede negar que nació a unos metros del Mediterráneo. El viejo mar es el protagonista esencial de su obra. Poco importa que, salvo en raras ocasiones, no aparezca físicamente; en cada cuadro intuimos su presencia. Es el Mediterráneo quien moldea esos corazones de cal, exclusivos de nuestra tierra. Es el Mediterráneo quien corteja esa luz, ancha y única que arropa esta Andalucía de ensueño. Es el Mediterráneo quien realmente sostiene las hermanadas viviendas.

    Hay mucha esencia andaluza jugueteando en el interior de estos paisajes; hay una canción que habla de una región limpia, justa y unida; hay una serenidad eterna, unas almas dormidas dentro de la cal; hay una hermandad de luces, un ejército silencioso de hojas, unos paraísos que intuimos cercanos. Sol, cal y campo; sombra compañera (sin anchas pretensiones de protagonismo), mar etéreo, equilibrio y simetría. ¿Hace falta decir que Santiago nació cerca del Mediterráneo?

    La luz. La luz eterna. La luz de siempre. Ora, amanecer; ora, ocaso. La luz. La luz eterna. La luz de siempre.

    Santiago es un incansable viajero cromático, intuitivo, imaginativo y mágico. Quien, como yo, le conozca desde hace más de diez años, le habrá visto pasar del surrealismo más vital a las marinas más increíbles. Ahora, me parece, Santiago se ha sentado en una loma malagueña a contemplar una costa, mitad azul, mitad blanca. Y se le ha ocurrido contarnos, para nuestro goce estético, que existe un Sur, donde hay un torrente de luz que se filtra por los seres quietos y da identidad cromática a unos vecinos leales cotidianos llamados árbol, casa, patio, chimenea, tejado, campo... Ahora, Santiago nos ofrece, filtrada por su mano de artista, la visión única de nuestro Sur único, de nuestra claridad única, de nuestra cultura única.

    No, Santiago no puede negar que nos ha traído hoy un poco de Mediterráneo en el rostro eternamente lozano de esa espléndida mujer llamada Andalucía.

Brindo por tí.