ALGUNOS POEMAS DE

PIEDRA Y AGUA

EN EL COITO DE LOS SIGLOS

 

 

oda a Lope

 

 

 

Se anegó de sudores la memoria, Lope;

tus razzias verdes vagan desorientadas

entre tantas cábalas, entre tantas fabulaciones;

tu lucidez fanática guía o incomoda;

tu epopeya es acotada por los historiadores.

 

Pero yo sé, Lope, que nada fue como cuentan,

yo llamé muchas veces a tu puerta

mientras la libertad te arrastraba a la quimera.

 

Desgarraste sendas por la jungla traidora,

uniendo caprichosos meandros y rugientes cascadas;

hundiste moles pétreas, rocas filosas,

bebiste de los morichales,

venciste a los ocelotes

y te embriagó la sombra de los tepuyes,

donde fueron depositados los secretos más ignotos

y donde la condición humana empieza a eclipsar.

 

Observé muchas veces tu santo delirio,

tu desesperación por encontrarme,

sin saber que yo siempre estaba a tu lado,

que yo era tu ángel infame.

 

Tropel de angustias,

fiebres, odios y venganzas,

arcabucazos venales,

liquidación total de la miseria humana.

Sólo doña Inés mantiene viva la llama.

 

Y la parca se sumó desde el principio a esta hazaña,

diezmando marañones, estrangulándote piano,

desde el agobio de Omagua

hasta el laberinto glauco venezolano.

 

Rebelde integral,

precursor libertario,

debelador monárquico,

un poco depredador truhán

y muy sanguinario,

llevaste tu vida al punto señalado.

 

Te cegó un resplandor inusitado,

de aquel incrustado y crudo paraíso,

despreciaste manjar, fruta y vino

por una quimera ocre

en pos de un fantasmagórico destino.

 

Pero yo te rememoro, Lope de Aguirre,

porque tu certeza fue cierta,

tu ansia de ruptura, premonitoria,

y una voluntad soberbia, omnímoda,

subvirtiendo obediencias y lealtades;

tu ejemplo, necesario para aquel oscurantismo,

testigo de luz entre tempestades,

 

Sólo yo te entiendo, Lope, amigo.

 

 

 

 

 

 

inverno sopra Venecia

 

 

 

Visión imposible.

 

Dormitan las góndolas,

amarradas cual tumbas ante la penumbra nevada.

Enfrente, San Giorgio emerge con su campanille espectral.

Las farolas agónicas sostienen sombras entre la bruma.

Los contornos han sucumbido;

el azul, tragado por el crepúsculo poderoso.

Cinco cúpulas oteantes. San Marcos. Bizancio.

Galerías cenobitas de los dogos.

Todo flota. Ciudad aérea.

 

Me escondo en portalones pestilentes,

avasalladores laberintos de humedad,

reino de la umbría que aprieta,

piedra y agua en el coito de los siglos.

Nada está quieto en esta total quietud.

Algún veneciano centenario despunta una existencia álgida.

El fruncido ceño del Emperador no cede con el paso del tiempo;

guardián celoso,

maldice a los herederos de la Serenissima que hormiguean por la plaza.

La Justicia en el alero

atraviesa con su espada incuestionable

al noble poniente semiescondido.

Pesadas nubes caen inexorable sobre la Laguna Veneta.

El mar, denso, sereno, se rinde.

La urbe resplandece ante los elementos.

"-¡Strenzè el mondo e slarghè la Dominante!";

hoy no es posible.

 

Ella reposa en el espejo de los pórticos.

Sus collares aplastan.

Habla. Fascina por sí misma.

Quedaos quietos. Nada hagáis. Estáis en Venecia.

Enigmática tras su velo intangible de caligo.

Penetradla por callejuelas, puentes y canales,

respirad su melancolía única.

Visión imposible.

No contéis lo visto. Es irrepetible.

Ni el Rialto se balancea,

ni el Gran Canal sueña;

San Michele pendulea la certeza del destino que no inverna.

Quien certifica la Historia,

disfraza evidencias

y declina entre quimeras.

 

Visión imposible. Venecia.

 

 

 

 

 

 una cierta comprensión del Universo

 

 

 

Presiento que el firmamento es desierto

gris, albo, telúrico, muerto,

y que la luna asoma como huésped lúdico,

que no sabe donde esta su sitio,

que no encuentra en este vacío su hueco.

Y la noche se adueña del cielo,

porque el universo siempre fue noche

y las estrellas sólo recuerdo de un manojo de sueños.

 

Presiento que en esta quietud todo está quieto,

y que las órbitas supuestas son desatinos de los doctos necios

que no saben mirar la inmensidad sin telescopios,

que ignoran de que está hecho este celeste imperio,

pese a las fórmulas de Einstein o los agujeros negros.

Que no saben porque sólo son sabios sin serlo

y los astros ríen y el sol guiña en este teatro tétrico.

 

Presiento que tras el firmamento está Dios al acecho.

 

 

 

 

 

las catedrales

 

 

Adecuando nuestras falsas miradas al manto mísero que nos cubre,

hemos levantado las catedrales.

 

Gozo rememorando el desnudo suelo que las sustenta.

Sonrío a pensar en el día en que las piedras volverán a ser tierra

y las catedrales un recuerdo amable.

Disfruto sumergiéndome en su frescor pétreo,

me imagino un elemento más del excelso rigor mortis de los muros.

 

Mi voz no es mi voz dentro de las catedrales;

hasta mi pensamiento está hipotecado dentro de las catedrales.

Y no digamos mi alma, alma eterna,

que inverna en las grietas de las catedrales.

 

Los oficiantes quiebran la sublime paz con sus discursos huecos,

                                                                     sus rituales arcaicos,

                                                                     sus teatrales gestos.

La catedral protesta con gritos sordos que sólo los vagabundos oímos;

pero nada ocurre: las liturgias no cesan.

Como Cristo, deberíamos coger el látigo

y arrojar a los mercaderes de las catedrales.

Porque no podemos interrumpir su sueño mágico,

porque no podemos zarandear su grácil figura,

porque no podemos contaminar su legendaria pureza.

Mil ojos santos miran, o tal vez más.

 

Un día entró un pájaro en la catedral:

soplo de libertad, milagro evidente del azar.

Las paredes palpitaban de alegría,

las imágenes abandonaban su tarea para mirar,

un maravilloso desorden reinó en las pinturas,

hubo fiesta en la catedral.

Luego, a tenor de la ausencia, volvió la calma

y cada cual volvió a se cada cual.

 

A salvo de tormentas, sopores, terremotos,

 de maléficos, intrigas, acosos,

ni la muerte se atreve a entrar.

 

Decididamente, lo daría todo por ser catedral.

 

 

 

 

 

 

 

las horas marchitas

 

 

 

Estábamos en aquel rincón del parque

cuando la tarde estalló.

Recuerdo que nos filtramos en la umbría

y que humedecimos nuestros cuerpos.

Luego erupcionó el deseo,

y con él el hálito que llaman amor.

Después asomaron un par de lunas,

convergiendo sobre los dos.

Triada de olas verdes,

de cristal plateado,

de unión candente.

 

Fuimos en nuestro rincón del parque,

cuando la tarde estalló.

Ahora todo es diferente:

jardín ajado, lunas y amor.

 

 

 

 

 

© Antonio Gómez Hueso.