MANUEL MOLINA ZUFÍA

   

       Una exposición de Manuel Molina Zufía constituye siempre una fiesta para los sentidos, una oportunidad para oxigenarnos de belleza frente a la vanalidad y rutina cotidiana, un motivo de reflexión sobre la sinceridad de la naturaleza en medio de la vorágine de imágenes virtuales que nos ahogan.

         La primera vez que tomé contacto con la obra de Molina Zufía fue contemplando una exposición en el vestíbulo del I.E.S. Santo Reino, hace la friolera de treinta y seis años. Entonces, creo recordar, tuve primero una sensación de asombro (uno de los pocos sentimientos en común del artista y el científico ante cualquier maravilla de la existencia) y después de emoción ante el buen hacer de este creador tan completo. Desde entonces he sido un devoto de su arte, que he ido disfrutando repetidamente a lo largo de estos años, en exposiciones, publicaciones y visitas a su taller, comprobando su fidelidad a  unas formas de expresión cada vez más complejas y ricas. Si esa fidelidad, esa coherencia artística, es una de sus características, otra sería la gran versatilidad de un pintor en el que no predomina ningún género o técnica y que, por el contrario, domina a la perfección el paisaje, el bodegón, la figura humana y la alegoría y que maneja tanto el óleo como el bolígrafo, el lápiz, la acuarela... Muestra de todo ello es esta exposición tan variada en estilo, formato e, incluso fecha de realización.

         La pintura de Molina Zufía está llena de sugerencias, de visiones cotidianas de nuestra tierra y de otros rincones de España (Córdoba, Nerja, Vic, ...), que nos produce una vibración íntima al contemplarla, ya que él extrae de cada visión la esencia más pura de cada lugar, casi siempre desprovisto de la presencia humana; bebe continuamente de la naturaleza como reencuentro consigo mismo, con su sensibilidad de creador, mostrando una extraordinaria capacidad de reinvención de temas y un estilo dominado por el color, la luz y las sombras, con un amplísimo registro de tonalidades y texturas cromáticas. Sutileza, habilidad técnica y finísima percepción de la realidad son otras de las cualidades de los motivos, tantos rurales como urbanos, de Molina Zufía, quien, sea cual sea el tema que desarrolle, genera siempre imágenes fascinantes. Al igual que el poeta Machado, que llevaba siempre una libreta de apuntes en sus paseos por la orilla del Duero, el pintor Molina lleva su cuaderno de dibujo para plasmar in situ la belleza de cualquier rincón de nuestro entorno. Fue Castelar quien dijo que el arte era "lo ideal, sentido con profundidad y expresado con belleza". Nada más acertado para definir a un pintor que ama a su pueblo y a su gente y que expresa tal cariño del modo en que apuntaba Castelar, considerando. además, que el arte también es, como escribió Chagal, "un estado del alma".

         Otra faceta en la pintura de Molina Zufía es la reivindicación del pasado de unos rincones urbanos muy transformados por los avatares del tiempo y de la civilización que vivimos, que él resucita, sabedor de que un pueblo sin memoria está condenado a desaparecer. Así rescata del olvido la Casa de la Torre , el Puente romano (semienterrado estúpidamente), la Posada , el Parque antiguo... en un ejercicio lúcido de sensibilidad y denuncia. También nos muestras rincones actuales, plasmados desde su visión romántica de un pasado no muy lejano (Santa María, Jabalcuz...).

         La pintura religiosa es, no obstante, el centro temático de su obra; pintura que él desarrolla desde su comprometida actitud de creyente y en la que pone todo su esfuerzo y sabiduría. En ella creemos percibir un asombroso afán de perfección en la realización técnica de sus trípticos, alegorías y escenas sacras. Hay una exaltación de los misterios católicos, un esplendor en el tratamiento de las figuras santas, todo ello fundamentado, como hemos apuntado, sobre una base de devoción y fe y bebiendo de las enseñanzas de los grandes artistas del Siglo de Oro español y del Barroco en general. Despliega toda una maestría en la composición del cuadro, en el tratamiento de las figuras y, ¡cómo no!, en la iluminación de los espíritus bondadosos que lo pueblan.

         Inevitablemente, tocar el tema religioso nos obliga ya a glosar una de las facetas más ricas del currículum artístico de Molina Zufía: su extraordinaria habilidad para la ilustración, el grabado, el dibujo, que ha dado a luz sorprendentes obras cargadas de minuciosidad, perfección e inefabilidad. Es un especialista en todo tipo de orlas y motivos ornamentales, decorados casi siempre con elementos naturales y, a veces, con capitulares ilustradas con retratos o figuras religiosas. Pero tal vez lo que más nos fascina sea la prodigiosa proliferación de menudencias, flores, pájaros, frutos, escudos de armas, roleos, motivos islámicos o hindúes, sirenas y angelotes, representados con una técnica miniaturista muy depurada. El brillo del oro, la luminosidad de los pigmentos y la intrínseca calidad ornamental de la caligrafía (cuando la hay), nos produce ese asombro al que antes nos referimos, propio tanto del que percibe una maravilla artística como del que descubre un secreto guardado por la naturaleza o la vida. En sus ilustraciones, al lado del barroquismo de los elementos (todos ellos sometidos a una rigurosa creación) se muestra una sutileza grácil y un cierto tono romántico en el tratamiento de algunas escenas. Prueba de todo lo expresado son los abundantes carteles creados para las cofradías, portadas de revistas, diplomas, carteles festivos... de todo lo cual tenemos una muestra en esta exposición. La Semana Santa tosiriana debe mucho de su esplendor a la gran contribución estética de Molina Zufía. Todo este trabajo de ilustración está elaborado con una paciencia exquisita, soledad y silencio, elementos fundamentales para la creación artística en cualquier campo. Nos parece que nuestro autor, desde su taller exuberante de elementos es un artista que trabaja como un renacentista, siente como barroquista, piensa como un realista y ama como un romántico.

         Aparte de todo lo anotado, hay que plasmar también la perfección de sus bodegones, su tratamiento ornamental de jarrones de diversos estilos y culturas, su decoración de abanicos, sus tallas figurativas y su increíble manejo de la acuarela, logrando con esta técnica contornos y tonalidades poco habituales.

         Para nuestro deleite estético, Manuel Molina Zufía nos presenta esta rica muestra de un trabajo que va más allá de los años y de las modas, que nos ayuda en ese largo aprendizaje que es el ver, el percibir la belleza del mundo, de las cosas cotidianas, fuera de la rutina y de la deshumanización que nos atenaza. Ahora que el mundo anda revuelto con tanto odio y violencia, contemplar con serenidad este desfile de belleza es un ejercicio de sosiego y de humanización que seguramente contribuirá en dirección a una paz que ansiamos y que comienza por nuestro entorno más próximo. Que se mantenga por muchos años este poderío creativo.

(Del catálogo de la exposición "Al paso de los años". Sala de Exposiciones de Torredonjimeno, Diciembre, 2001)

 

Los artistas Manuel Campos Carpio, Ángel Sierra Tirao, Manuel Bueno Carpio, José López Arjona y Manuel Molina Zufía, junto con Antonio Gómez Hueso (de pie).