Elegía a Miguel Hernández
(En Alicante, ni su pueblo ni el mío,
se murió aquel rayo, Miguel Hernández,
quien
tanto quería)
de
la celda que ennobleces y habitas,
compañero
del tiempo, tan sincero.
Alimentando
ilusiones y cuitas,
deshojando
poemas y esperanzas,
vas
consumiendo las horas marchitas
mientras
fluyen, locas, las añoranzas.
Tanta
injusticia se agolpa a tu lado
que
todo lo veo con desconfianza.
Un
abrazo tierno, un beso honrado,
un
llanto amargo es mi único consuelo,
un
furioso vendaval te ha llevado.
No
hay dolor más grande que el de mi duelo,
sufro
mi amargura y tu cruel ausencia
y
siento más tu tumba que mi suelo.
Camino
protegido por tu influencia,
teniéndote
presente, sin tenerte,
llevo
en mi corazón esta dolencia.
Temprano
te llegó la mala muerte,
temprano
se cerró la madrugada,
temprano
se fue el daño sin vencerte.
No
perdono a la guerra despiadada,
no
perdono a tus viles delatores,
no
perdono al destino ni a la nada.
En
mi mente oigo llantos de pastores,
un
río de lágrimas de poetas,
hombres
y mujeres, tus bienhechores.
Quiero
entrar en la tierra por las grietas,
quiero
buscar tus restos y encontrarte,
hasta
ver tu semblante entre siluetas.
Quiero
escarbarlo todo hasta abrazarte
y
besar tu renacida figura,
protegerte,
mirarte y despertarte.
Volverás
al monte y a la llanura;
por
las orillas frescas del torrente,
llevarás
en tu cuerpo la hermosura
de
las inquietas aguas de la fuente.
Volverás
a los campos de tu tierra,
con
tu mujer, tus hijos y tu gente.
Guiarás
a tu rebaño por la sierra,
contigo
mi alma reluce y asciende,
la
feroz pesadilla escapa y yerra.
Tu
voz amable todo lo comprende,
alivio
de las ovejas miedosas,
que
a las cabras reconduce y atiende.
Frente
al arroyo de orillas brumosas.
con
la sombra del chopo de testigo,
hablaremos
de todas nuestras cosas,
amigo
de desventuras, amigo.
© Antonio Gómez Hueso.