ANTONIO

Introspección mágico-histórica en un acto.

 

Personajes

VIEJA DAMA

ANTONIO

LEONOR

GUIOMAR

D. MIGUEL DE UNAMUNO

 

 

        La acción arranca en una deteriorada habitación del Hotel Bougnol-Quintana de Collioure (Francia) en Febrero de 1939; no obstante, el espacio escénico de la obra se considera irreal. En el centro del escenario y de espaldas al público, un sillón; en el foro, a la derecha del sillón, un gran reloj de pared; a la izquierda, un banco de madera; en el ángulo derecho del espectador, la mesita de un viejo café, con sus sillas. Se deja a juicio del director escénico poner algún elemento más o variar la situación de los mismos. Importancia fundamental tiene el juego luminotécnico establecido en las acotaciones, cuyo objetivo principal es servir de puente entre las diferentes escenas, aunque también en este aspecto el director puede introducir las variaciones que considere más oportunas para enriquecer el montaje.

 

(Poco antes de levantarse el telón, ha empezado a oírse el murmullo de las olas y el fuerte y monótono tic-tac del reloj de pared. Al levantarse el telón, contemplamos el escenario completamente oscuro. Pasados unos instantes, un foco empieza a iluminar a la VIEJA DAMA. Está echada cerca del proscenio. Lleva un vestido blanco, vaporoso, va muy bien maquillada y es, pese a su nombre, joven y bella. Se levanta y se dirige al público.)

VIEJA DAMA. (Levantando su mano derecha)-Vi saluto! ¿Cómo estáis, amigos? (Hace una reverencia.) A vuestro servicio... como siempre. (Satisfecha.) Estoy muy contenta de encontrarme aquí con todos vosotros. Hace poco que he visto a algunos... pero a la mayoría, no; hace mucho que no nos vemos. Creo que deberíamos juntarnos un buen día de éstos. Podríamos pasar una agradable velada: cena, tertulia, baile... ¿Algunos de vosotros desearía bailar con esta vieja amiga? (Señala a alguien.) ¿Tal vez usted...? ¿No...? ¿Y vos...? Tampoco. (Decepcionada.) Nadie quiere bailar con una vieja dama... ¡Bueno! Charlaremos frente al fuego con una copa de vino en la mano. (Transición.) Hoy, mis queridos amigos, por vez primera, tengo el placer de hablaros desde un escenario. No es que yo desconozca el arte de la interpretación, no... ; he sido actriz principal en muchas obras, pero ésta es la primera ocasión en que se me permite, hablar con ustedes, con el público. ¿Y por qué? Bueno, hoy es un día especial, hoy os traigo algo muy valioso... hoy vamos a viajar a través del instante, a través de lo eterno, vamos a partir el Tiempo y a revivir quimeras. (Invita a todos con la mano.) ¿Vendréis conmigo... ? ¿Me seguiréis...? Para hacerlo, prestad atención, expulsad vuestras sensaciones, abandonad el pensamiento, miradme fijamente... (Pausa.) ¡Esta vieja dama (Se señala.), yo, vive desde que el mundo es mundo y ha querido que sea esta noche, una noche como otra cualquiera, la indicada para mostraros, como decrépita hechicera, un mágico ritual nunca visto! Os invito a recoger el último equipaje del último hombre bueno de una “España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma quieta”. (Señala al sillón, en donde, de espaldas al público, descansa un personaje.) Nuestro hombre: ¡Antonio Machado! (Se ilumina aquel espacio con otro foco) El tiempo: un instante del miércoles 22 de Febrero de 1939, alrededor de las cuatro de la tarde (Se ilumina el reloj de pared, a punto de dar las cuatro. Las campanadas deben oírse pasados unos momentos.). El sitio: Hotel Bougnol-Quintana de Collioure, Francia. Una ventana muestra un trozo de mar y de cielo (Aumenta momentáneamente el rumor de las olas) y otra, jardín y cementerio. Nuestro benévolo poeta se quedó allí lejos, en una tierra extraña y perdida. Yo le acompañé mientras preparaba su último equipaje, aquél que debía dejar antes de subir a la “nave que nunca ha de tornar”. Hoy os traigo aquel instante y el equipaje que nos dejó...

(Se aproxima ceremoniosamente al reloj. Se apoya suavemente en él. Marca poco más de las cuatro. Se sigue oyendo el tic-tac y el murmullo de las olas. La VIEJA DAMA permanece durante unos segundos quieta, mirando fijamente al inmóvil poeta. Súbitamente, detiene el péndulo con la mano. El tic-tac cesa; el ruido de las olas, no. Se ilumina todo el escenario. ANTONIO, asombrado, se levanta mirando al reloj y advirtiendo claramente la presencia de la mujer. Va hacia ella. La VIEJA DAMA, que permanece asida al mueble, le sonríe ligeramente. ANTONIO hace ademán de tocarla, pero su acción es interrumpida por las palabras que le dirige la mujer.)

 

VIEJA DAMA. (Recitando)-

Al borde del sendero un día nos sentamos.

Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita

son las desesperantes posturas que tomamos

para aguardar... Más ella no faltará a la cita.”

ANTONIO. ¿Ya...?

VIEJA DAMA. Ya.

ANTONIO.- (Mirando al reloj. ) Las cuatro...

VIEJA DAMA.-Tal y como profetizabas, no he faltado a la cita.

ANTONIO.-(Sonríe tristemente.)- Sí... lo sabía. Nunca faltas a las citas.

VIEJA DAMA.- Y menos a una tan interesante. No todos los días puedo visitar a alguien tan singular.

ANTONIO.-No sabía que te gustara tanto la ironía...

VIEJA DAMA.- Me parece notar cierta amargura en tu voz. ¿He llegado, acaso, pronto?

ANTONIO.- No... solamente que en estos instantes no te esperaba.

VIEJA DAMA.- No comprendo, mi querido amigo.

ANTONIO.- (Se vuelve y mira al mismo punto del foro que antes miraba) Es muy sencillo. Contemplando el eterno paisaje de las olas, he perdido toda noción de tiempo y de espacio. Tu llegada ha roto ese estado.

VIEJA DAMA.- Lógico. Siempre ha sido así.

ANTONIO.- (Se vuelve) ¿Siempre? ¿Quieres decir que todos pasamos por ese prólogo sereno antes de morir? ¿Y los que dejan este mundo súbitamente, por accidente? ¿Cuándo perciben esos momentos de calma infinita?

VIEJA DAMA.- Esos momentos de calma, mi buen amigo, suceden en un instante de tiempo; todos disponemos de ese instante entre la vida y la muerte (Señala al reloj). El reloj se detiene y el instante es infinito; no existe tiempo. Tal es nuestra situación ahora: dentro de un momento del día 22 de Febrero de 1939, en una oscura tarde, poco después de las cuatro.

ANTONIO.- Pero... ¿y las olas? (Señala.) Las veo moverse, las oigo...

VIEJA DAMA.- El Tiempo nada tiene que ver con el movimiento eterno del mar; también nosotros nos movemos y hablamos y el reloj sigue parado. Parar el Tiempo no significa parar la Vida, sino todo lo contrario: cuando nuestra sensación de tiempo desaparece es cuando empezamos verdaderamente a existir y a ser plenamente libres y dichosos.

ANTONIO.- Sí... eso lo experimenté a veces en mis paseos por tierras sorianas, o por Baeza, o Segovia, pero... ¡duraban tan poco aquellos instantes de belleza!

VIEJA DAMA.- La impresión de que duraban poco... ¿la tuviste en aquellos momentos?

ANTONIO.- No, después. ¿Por qué?

VIEJA DAMA.- Fue tu pensamiento quien creó la sensación de que aquellos instantes duraban poco. El pensamiento inventó el Tiempo, pero nada sabe la Vida. Por eso, al detenerse el reloj, las olas no han dejado de seguir agitándose.

ANTONIO.- ¿Y ahora qué... ?

VIEJA DAMA.- ¿Cómo que qué... ? No te entiendo.

ANTONIO.- Es muy fácil. ¿Qué hacemos ahora... ? ¿A dónde vamos... ?

VIEJA DAMA.- ¡Ah, ya! Eres impaciente... como cualquiera, ¿no?

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo, ligero de equipaje...”

 ¿Está tu equipaje ya ligero?

ANTONIO.- Eso creo. Sólo tengo una anciana madre, unos viejos libros y estas chafadas ropas que me cubren. ¿Puede haber uno más ligero?

VIEJA DAMA.- ¿Y qué me dices de los temores, de las dudas, de la angustia de la vida, de las ideas... ? ¿Han quedado atrás?

ANTONIO.- Imaginaba que tú te harías cargo de tan especial equipaje.

VIEJA DAMA.- Imaginabas mal, querido Antonio. Esa tarea has de realizarla tú sólo; para eso estamos aquí.

ANTONIO.-Explícate mejor.

VIEJA DAMA.- Antes de iniciar el “último viaje” es preciso dejar todo lo qué no vas a necesitar en tu nuevo destino; vas a vaciar tu mente de incertidumbres, ilusiones, frustraciones, para poder llenarla de algo más vital. Después de todo, una copa sólo es útil si está vacía; de igual modo, debes quedar libre de experiencias para recibir algo mucho más importante.

ANTONIO.- (Escéptico.) ¿Cuánto tiempo nos llevará tan ardua tarea? No he podido realizarla en sesenta y tres años.

VIEJA DAMA.- ¿Tiempo dices...? Ya has olvidado que esa palabra no es de aquí.

ANTONIO.- Sí... es verdad, pero todavía siento que transcurren los minutos.

VIEJA DAMA.- Precisamente por eso tenemos que esperar. Es necesario que destruyas por completo toda sensación de tiempo; sensación que es completa ilusión. La vejez no te afecta ya.

ANTONIO.- Pero... ¿de qué manera voy a conseguir el vacío de que hablas?

VIEJA DAMA.- No hay manera alguna; lo harás involuntariamente. Van a surgir imágenes incomprendidas del ayer, que tú revivirás ahora, asimilándolas, entendiéndolas plenamente, sin esfuerzo, sin pensamiento. Siéntate en tu sillón, relájate, los fantasmas del pasado esperan.

(ANTONIO se sienta ahora cara al público. La VIEJA DAMA, sonriente, se apoya sobre el respaldo del sillón.)

VIEJA DAMA.- ¿Recuerdas cuándo nos vimos por primera vez?

ANTONIO.- (Amargamente.) ¡Cómo puedo olvidarlo! Te llevaste lo que más quería. (Empieza a iluminarse de rojo el foro izquierdo; allí, tumbada, está LEONOR. Lleva un vestido rosa.) Sería absurdo, imagino, preguntarte ahora precisamente por el sentido de aquel dolor.

VIEJA DAMA.- Sí, desde luego; no seas impaciente; cuando llegue el momento oportuno te será revelado.

ANTONIO.- (Recitando.)-

“Una noche de verano

-estaba abierto el balcón

 y la puerta de mi casa -

la muerte en mi casa entró.

Se fue acercando a su lecho

-ni siquiera me miró-,

 

(LA VIEJA DAMA se aproxima hacia LEONOR, pasando delante de ANTONIO Y cumpliendo exactamente lo que narra el poema.)

                                                                    

con unos dedos muy finos

algo muy tenue rompió.

(Ha llegado ya al lugar donde yace la mujer, se ha arrodillado y ha movido los brazos, haciendo un gesto ceremonioso; en ese instante, se apaga la luz roja.)

Silenciosa y sin mirarme, (Regresa la VIEJA DAMA)

la muerte otra vez pasó

delante de mí. (Fuerte.) ¿Qué has hecho?

La muerte no respondió.

Mi niña quedó tranquila,

dolido mi corazón.

¡Ay, que lo que la muerte ha roto

era un hilo entre los dos!”

                                (Pausa.)

VIEJA DAMA.- ¿Dónde más nos vimos?

ANTONIO.- Hace poco, en una oscura noche de invierno, exactamente la del 28 de Enero. Llovía. Junto con mi anciana madre, dejaba mi tierra sembrada de gritos y sangre. (Se oyen murmullos, lamentos, gritos, bombas, ...Diversos flashes de luz barren rápidamente la escena. LA VIEJA DAMA sonríe majestuosa, abriendo los brazos e inclinando la cabeza hacia atrás.) Te vi sonreír en medio de tanta calamidad...

(Se apagan los focos móviles.)

 

VIEJA DAMA.- (Alegre.)- Sí... sonreía.

ANTONIO.- Nunca entendí aquel silencio ni aquella sonrisa.

VIEJA DAMA.- También se te revelarán después.

ANTONIO.- Por cierto... cuando me alejaba, miré hacia atrás para ver por última vez mi tierra española. Me extrañó, entonces, verte recoger algo del suelo. ¿Qué era?

VIEJA DAMA.- Te contestaré también más adelante. Hurgando en tu mente, aparecen sendas vacías, tardes..., por cierto, ¿por qué tu corazón siempre estuvo anclado en las tardes? Coloristas, tristes, brumosas, nostálgicas ... las hubo de todas clases.

ANTONIO.- Siempre me gustaron esas últimas horas del día. Quizás era el mejor momento para mis paseos, mis pláticas conmigo mismo, mis sueños. La agonía de la luz es algo muy bello que siempre me impresionaba y era nuevo para mí, colmaba mi alma de una intensa quietud.

VIEJA DAMA.- (Sonriendo) Por eso decidí venir a verte en una tarde...

ANTONIO.- Siempre lo esperé así.

VIEJA DAMA.- Tal y como te iba diciendo antes, hurgando en tu mente encuentro caminos solitarios, tardes, versos y unos rostros femeninos que se repiten. El que más fuerza cobra ahora es el de tu mujer, el de Leonor Izquierdo Cuevas (Se ilumina el lugar en donde yace ella. La VIEJA DAMA la señala) ¡Allí está! Te espera...

            (ANTONIO mira al lugar señalado, ve a LEONOR y se acerca rápidamente a ella.)

ANTONIO.- ¡Leonor! ¡Estoy aquí...! ¡Háblame...! (LEONOR permanece inmóvil. ANTONIO mira a la VIEJA DAMA.) ¡No contesta! ¡Sigue muerta!

VIEJA DAMA.- No. Sólo duerme. (Va hacia el reloj y mueve la aguja pequeña hasta colocarla en las diez) Vamos a retroceder en el tiempo. Son ahora las diez de la mañana de un 2 de Septiembre de 1913, por ejemplo. Un paseo por una playa de Huelva...

ANTONIO.- ¡No pudo ser...! ¡Leonor había muerto mucho antes! ¡Yo estaba en Baeza!

VIEJA DAMA.- (Sonríe.)- Mi buen Antonio, ahora será lo que no pudo ser, ahora pasará lo que no pudo pasar. Es necesario para vencer esas frustraciones, esas nostalgias. El “milagro de la primavera” se produjo. Otra vez está tu amada Leonor contigo y ya... para siempre.

(La VIEJA DAMA mueve el péndulo. La iluminación cam­bia a unos tonos azules. ANTONIO ofrece su mano a LEONOR y ésta se levanta. La VIEJA DAMA se retira.)

LEONOR.- Buenos días, amor.

(Coge su cara con las manos y le besa.)

ANTONIO.- Buenos días, mi niña querida.

LEONOR.-¿Cómo está la mar hoy?

ANTONIO.- Tranquila y dorada. Nos espera.

(Ambos, cogidos de la mano, pasean lentamente. Por un extremo del escenario vuelve a aparecer la VIEJA DAMA, iluminada por su foco.)

VIEJA DAMA.- (Al público. Recitando.)

“Sentí tu mano en la mía,

tu mano de compañera,

tu voz de niña en mi oído

como una campana nueva,

como una campana virgen

de un alba de primavera.

¡Eran tu voz y tu mano,

en sueños, tan verdaderas!... “

  ¡Véanlos; ahí están! Juntos, al fin, Antonio y Leonor. ¡Schsss...! escuchemos, oigamos lo que dicen...

(Sale de nuevo.)

 

ANTONIO.- Dime, Leonor: ¿recuerdas dónde estábamos hace dos años?

 

LEONOR.- ¡Cómo he de olvidarlo! En París; en aquella clínica, en el número 200 de la rué Foubourg Saint-Denis. Estaba muy mal. ¿por qué lo preguntas?

 

ANTONIO.- Estaba pensando, recordando todos aquellos malos momentos...

 

LEONOR.- Olvídalo. La Primavera me salvó. Yo, pese a todo, aún recuerdo con placer aquellos paseos por los jardines de Versalles, el Sena, Notre Dame, el Palacio de Chaillot... ¡Qué días tan maravillosos! Puovez-vous me montrer un bouquet d'oeillets blancs, s'il vous plait?

 

ANTONIO.- Avec beaucoup de plaisir, mademoiselle! !Te encantaban los claveles blancos!

 

LEONOR.- ¡Y me encantan! ¡Lástima que no hayan en Sevilla! (Se ensombrece su rostro de pronto.) A propósito de París: esta noche he tenido un sueño muy angustioso. Me desperté muy excitada. Fue alrededor de las tres de la mañana: puedo recordarlo porque oí las tres campanadas del reloj de la plaza.

ANTONIO.- (Mostrándole el banco.)- Vamos a sentarnos y me lo cuentas...

 

            (Hacen intención de dirigirse al banco, pero de pronto, LEONOR se fija en un punto alto de la escena.)

 

LEONOR.- (Señalando.)- ¡Mira allí, Antonio!

ANTONIO.- ¿Dónde?

LEONOR.- ¡Allí, allí...! ¡Fíjate en aquellas dos gaviotas!

ANTONIO.- (Mira también al mismo punto.) ¡Sí, ya las veo! ¿Qué hacen?

LEONOR.- Intentan atrapar algo que flota en el mar... ¿Qué será?

ANTONIO.- No lo puedo distinguir desde aquí; es algo blanco.

LEONOR.- Sí, pero... ¿qué será? ¿Un trozo de tela...? No creo... ¡Ahora ya no se ve...!

ANTONIO.- ¡Sí! ¡Una de ellas lo tiene! ¡Fíjate bien...! (Señala.) ¡Aquélla! ¿La ves?

LEONOR.- Sí, pero se alejan ya, volando juntas. No podremos nunca averiguar qué cogieron.

                                        (Abandonan la mirada al suceso descrito por ambos.)

ANTONIO.- ¡Qué más da...! Lo importante es que ambas tenían puesta su mirada en un mismo objetivo, sus esfuerzos se dirigían a una misma empresa.

LEONOR.- ¿No es bonito ser como esas gaviotas?

ANTONIO.- Lo somos, mi niña. ¿Acaso no nos acaricia la suave brisa de la madrugada cuando permanecemos abrazados? ¿No vivimos en la misma casa y nos alimenta el mismo Sol? Nos gusta gastar las postreras horas del día dejando huellas en la arena o siguiendo un camino perdido en el cielo; nos gusta sentir las caricias del otro y extasiarnos ante la magia del fuego. Somos, mi niña, dos gaviotas en una playa vacía.

LEONOR.- Cuando estoy contigo, no siento nada vacío.

ANTONIO.- ¡Qué feliz me haces! (Señala el banco.) Vamos a sentarnos. Antes hablaste de un sueño...

(Se sientan.)

LEONOR.- (Se pone triste.)- ¡Ah, el sueño! Lo había olvidado. Más que un sueño, fue una pesadilla; no es agradable recordarlo.

ANTONIO.- Pero tal vez sea bueno el hacerlo. Te escucho.

LEONOR.- Estábamos en París. Una noche paseábamos por una solitaria calle. Debía de ser muy tarde porque, de vez en cuando, un triste reloj daba dos o tres campanadas. Al doblar una esquina, nos encontramos con una calle larguísima y muy estrecha. Estábamos atravesándola cuando, de pronto, salió una mujer de una de las casas y entró rápidamente en otra. No le vimos la cara, pero tú, súbitamente, te lanzaste tras ella, llamándola: “¡¡Leonor...!!”. Yo iba siguiéndote y gritando: “¡Leonor soy yo! ¡Estoy aquí...!”, pero no me oías. Entraste en una de las casas, yo tras de ti. Aparecimos en una amplia sala de fiestas; había muchas personas allí y una atmósfera cargada de humo. Las risas, la música, las voces y las copas, chocaban en el ambiente. Buscamos a la extraña figura entre las mesas, en la barra, e incluso en el escenario, ocupado por unas bailarinas de revista. Ninguna respondía a tus deseos. Entonces te dirigiste a mí, medio llorando y dijiste: “¿Te das cuenta? ¡La he perdido, la he perdido...!” Y, como un niño, rompió tu llanto sobre mi pecho. Yo te decía: “¡Estoy aquí, soy yo, tu Leonor!”. No me oías, llorabas. “¡Tal vez esté en la casa de al lado!”, dijiste conteniendo las lágrimas. Allí fuimos. Era un viejo casino. La seriedad de las pocas figuras presentes contrastaba con la algarabía de la otra casa. Nos miraron secamente. Al final de un largo pasillo había una figura sentada en un sillón, de espaldas a nosotros y leyendo un periódico. Pese a ser un hombre, tú te dirigiste velozmente allí. Le tocaste en el hombro y su cabeza giró hacia nosotros. “¡Don Guido!”, exclamaste al ver una sonriente calavera muy bien vestida. Rápidamente, dejamos el casino. Entramos en la casa de enfrente, en la de abajo, en otra y otra. Cada vez era más corta la exploración de cada una, pese a lo cual puede ver un florido patio andaluz, un ilegal mitin republicano, una vieja pensión... Por fin, entramos en un solitario café. Una mujer estaba escribiendo en una apartada mesa. “¡Al fin!”, exclamaste con alegría. Ella te sonrió al verte llegar. Te sentaste a su lado y le diste un beso. Entonces me miraste y me hablaste: “¡Fíjate, la había perdido, pero al fin la he encontrado! ¿ves?: ¡Son sus ojos, sus mismos ojos!; ¡Es ella, es mi Leonor!” Le cogiste sus manos. En aquel momento, una de las hojas de papel escritas por la dama, cayó volando de la mesa. Me apresuré a recogerla, con la corazonada de que allí estaría escrito el nombre de la mujer. Efectivamente, al final de un poema estaba su firma: "Pilar". “¡Mira-te dije con vehemencia - ella no es Leonor; es Pilar! ¡Yo soy tu Leonor!”. Me miraste muy triste y me dijiste: “Pero, ¿no ves sus ojos? ¿no los ves...?”. Desesperada, salí de la casa. Corrí por la larga y solitaria calle. A lo lejos, vi una comitiva de personas. Poco a poco, la alcancé. Entonces comprobé aterrada que era un entierro. Las personas del mismo sólo tenían ojos, los mismos que los de la mujer del café. Iban recitando tristemente una lenta plegaria con tus últimas palabras: “Pero, ¿no ves sus ojos? ¿no los ves...?”. Cuando estuve frente al negro féretro, vi una pequeña placa escrita en un lateral del mismo. Me acerqué a verla. Allí estaba escrito: “Leonor Izquierdo Cuevas. 1893-1912”. ¡Mi desesperación había llegado al máximo! Desperté entonces.

ANTONIO.- (La abraza.)- Es, desde luego, un sueño extraño y angustioso.

LEONOR.- He pensado mucho sobre ello. ¿Quién puede ser esa mujer llamada Pilar que tú confundías conmigo?

ANTONIO.- No sé, mi vida. No conozco a ninguna Pilar. Además, sabes que te quiero con toda mi alma y que no te abandonaría por nadie.

LEONOR.- Es extraño... Me buscabas a mí, pero ibas detrás de otra mujer... Además hay un detalle que me hace temblar cada vez que lo recuerdo.

ANTONIO.- ¿Qué detalle?

LEONOR.- La fecha de mi supuesta muerte. ¿Te das cuenta? Era el año pasado, 1912. ¿Qué te dice esa fecha?

ANTONIO.- La época final de tu enfermedad.

LEONOR.- ¡Eso es! Estuve al borde de la muerte casi todo el verano. Después, milagrosamente, fui recuperándome hasta quedar totalmente curada. Me estremezco al pensar la que hubiese sucedido si el sueño hubiera sido cierto.

ANTONIO.- Sólo es un sueño...

LEONOR.- Lo dices para tranquilizarme. De sobra sé cuanta importancia concedes a los sueños. Además, hay en él detalles de gran lógica: nuestros paseos nocturnos por París hace dos años; recuerdo aún una calle como la del sueño, aunque no tan larga, la fecha exacta de mi nacimiento, la confirmación de que aquella mujer era otra persona... Luego, hay cosas que no entiendo. Por ejemplo: ¿por qué llamaste Don Guido al espectro del casino?

ANTONIO.- ¿Don Guido? No conozco a nadie que se llame así.

LEONOR.- ¿Por qué esa obstinación tuya por aquella mujer que confundías conmigo, estando yo realmente a tu lado? Debía ser poeta, ¿no? Aquellos poemas con su firma parecen asegurarlo...

ANTONIO.- Todo eso está completamente alejado de la realidad. Deja de preocuparte. No conozco a ninguna Pilar, a ningún Don Guido y me basta con estar contigo para ser dichoso. Olvídalo.

LEONOR.- No puedo; hay algo que me impide hacerlo... Es como si percibiera que tras esa fantasía se esconde una certeza, una terrible verdad que, seguramente, nos amenaza...

(Se apaga la luz que ilumina a las dos figuras y se enciende la que nos muestra de nuevo a la VIEJA DAMA. Se dirige al público, recitando otra vez.)

VIEJA DAMA.-

“Cuando murió su amada

pensó en hacerse viejo

en la mansión cerrada,

solo, con su memoria y el espejo

donde ella se miraba un claro día.

Como el oro en el arca del avaro,

pensó que guardaría

todo un ayer en el espejo claro,

Ya el tiempo para él no correría.

Mas pasado el primer aniversario,

¿cómo eran -preguntó-, pardos o negros,

sus ojos? ¿glaucos?....¿grises?

¿cómo eran ¡santo Dios!, que no recuerdo?

 

Salió a la calle un día

de primavera, y paseó en silencio

su doble luto, el corazón cerrado...

De una ventana en el sombrío hueco

vio unos ojos brillar. Bajó los suyos

 y siguió su camino... ¡Como ésos!”

¡Curioso poema!, ¿no? ¿Tendrá algo que ver con el sueño de Leonor? (Transición.) Lo cierto, amigos, es que Antonio el bueno está viviendo como un joven adolescente ese amor soñado que no pudo ser en toda su magnitud. La muerte de Leonor fue sólo eso: una pesadilla, un mal sueño, en donde desfilaron unos personajes ilusorios, mezclados en lugares extraños. Eso es lo único que ahora importa. Recuperemos de nuevo a nuestro poeta y dejemos en las sombras la visión de la pequeña Leonor.

(Se acerca al reloj y vuelve a colocar la aguja pequeña en las cuatro, deteniendo el péndulo también. Iluminación más clara. ANTONIO se acerca a la VIEJA DAMA.)

ANTONIO.- ¿Quieres decir que sólo fue eso..., un sueño?

VIEJA DAMA.- (Enfáticamente.) Aquí, en este vacío de la Vida, muerto lo temporal, ¿quién puede delimitar el sueño de la realidad? Aquí sólo hay sitio para vivir; no busques definir los hechos. ¿Sueño...? ¿Realidad...? ¡Qué importa ya! ¡La Vida sigue...! (Empieza a sonar un alegre vals) ¡Ven! ¡Bailemos! ¡Danzan los corazones, palpita la existencia!

(Coge a ANTONIO y empieza a girar con él.)

 

ANTONIO.- (Sonriente.)- ¡No sé bailar!

VIEJA DAMA.- ¡Es fácil! (Se detiene para coger el ritmo de la música al unísono.) Uno, dos, tres..., uno, dos, tres... Deja que la música te lleve. Uno, dos, tres...

 

(Durante unos instantes bailan. Mientras, poco a poco, se va iluminando de azul claro la parte derecha del escenario. Allí, sentada en la mesa de un viejo café, escena evocada en el sueño de LEONOR, está GUIOMAR. Escribe junto a una humeante taza de café. ANTONIO se percata de su presencia y va deteniendo poco a poco el baile. LA VIEJA DAMA, al comprobar la distracción de su pareja, mira también a GUIOMAR y se separa de ANTONIO. Éste se va acercando lentamente hacia la escritora. La VIEJA DAMA se dirige al proscenio sin dejar de observar la escena; cuando hable, veremos a ANTONIO llegar hasta la mesa. GUIOMAR le recibirá sonriente. Se sentará junto a ella y dialogarán. La mujer le leerá algunos de sus poemas y él escuchará complacido. Todas estas acciones se realizarán mímicamente. Mientras, nuestra VIEJA DAMA nos hablará.)

 

VIEJA DAMA.- Segovia, 1928. Antonio conoce a Guiomar. Por fin, nuestro cándido poeta encuentra esos ojos de Leonor en otra mujer. Han sido muchos años de búsqueda por las colinas de Úbeda y Baeza, al amparo de la Luna, entre las nieves del Guadarrama, en sus tardes madrileñas o por las orillas del Eresma, cerca del Alcázar. Por fin, la búsqueda acabó. Leonor-Guiomar está de nuevo con él. Ahora se comunicarán a través de su respectivos poemas, como antes hicieron a través de sus miradas a la tierra castellana. (Los señala.) Mírenlos, mírenlos. Nuestro niño es tan feliz. (Semblante de duda.) ¿Feliz del todo? Quizá un nuevo sueño, esta vez de Antonio, nos aclare algo...

(Se introduce en la oscuridad.)

 

ANTONIO.- “¿No me has olvidado estos días? En algún momento he creído sentirte cerca... De ilusiones se vive, dirás tú. Y he soñado que estába­mos juntos en Segovia, paseando de noche por los claustros de El Parral. Allí nos encontramos a don Miguel de Unamuno...”

(Por la izquierda ha aparecido UNAMUNO vestido de fraile. Lleva en su mano un devocionario para oficiar un acto religioso. Se acerca lentamente al centro de la escena. Empieza a sonar “La Marsellesa” y, a su ritmo, cogidos de la mano, avanzan hacia el recién llegado ANTONIO y GUIOMAR. Llegados allí, la música decrece. UNAMUNO abre el libro y lee en voz alta.)

D. MIGUEL DE UNAMUNO.- ¡Estamos aquí reunidos, hermanos, para oficiar en matrimonio a D. Antonio Machado Ruiz, sevillano de cincuenta y cinco años de edad, poeta del pueblo y de la tierra, con Da Pilar Valderrama Alday, más conocida como Guiomar, madrileña de treinta y un años, mitad sueño, mitad poesía. Dijo el poeta: “Dos corazones son un alma cuando el amor llama”. Es por esto por lo que a las cuatro de la tarde de hoy, 27 de Noviembre de 1930, nos reunimos aquí para otorgar licencia de unión a nuestros queridos poetas. Si alguien de los aquí presentes (Señala al público) conoce algún impedimento para realizar este enlace, que calle ahora y que, en todo caso, lo cuente mañana! Anto­nio Machado Ruiz, ¿quieres por esposa a Pilar Valderrama Alday, Guiomar, aquí presente, y prometes amarla y protegerla aún más allá de la muerte, allí junto con tu Leonor?

ANTONIO.-Sí, quiero.

D. MIGUEL DE UNAMUNO.- Pilar Valderrama Alday, Guiomar, ¿quieres por marido a Antonio Machado Ruiz y prometes amarle y comunicarte con él aún más allá de la muerte?

GUIOMAR.- Sí, quiero.

D. MIGUEL DE UNAMUNO.- ¡Yo, por el poder transmitido de Leonor Izquierdo Cuevas, os declaro marido y mujer! ¡Lo que Unamuno ha unido que no lo separe el Hombre! (UNAMUNO los bendice haciendo con sus manos un corazón invisible en el aire, símbolo del Amor.) ¡Podéis ir en Amor!

(Suena de nuevo “La Marsellesa”. La pareja, unida con sus brazos, se aleja. D. MIGUEL DE UNAMUNO los contempla satisfecho y se aleja también. Se oscurece la escena y se abre otra vez el foco que ilumina a la VIEJA DAMA.)

 

VIEJA DAMA.- (Al público.)- ¿Han visto? Al fin, nuestro querido Antonio pudo vivir aquel viejo sueño. Su alma está recibiendo adecuado tratamiento. (Saca un papel y lo lee en voz alta, mientras ANTONIO surge de la oscuridad.) "Antonio Machado.- Nació en Sevilla en 1895. Fue profesor en Soria, Baeza, Segovia y Teruel. Murió en Huesca en fecha no precisada. Algunos le han confundido con el célebre poeta del mismo nombre, autor deSoledades”, “Campos de Castilla”, etc." ¿Cuándo escribiste esto, Antonio?

ANTONIO.- (Sonriendo.)- ¿Te sorprende la semejanza? ¿Verdad? Lo hice en Segovia. ¿La fecha...? No recuerdo... sobre los años 1927 o 28. Eran catorce cortas biografías sobre poetas que pudieron existir...

VIEJA DAMA.- Como Mairena, como Abel Martín...

ANTONIO.- Bueno, ellos no eran poetas, sino filósofos.

VIEJA DAMA.- Ya sé. Me refería a que eran personajes irreales.

ANTONIO.- Sí... más o menos.

VIEJA DAMA.- ¿Te hubiera gustado que tu vida real hubiese coincidido con la de ese Antonio Machado de tu ficción? ¿Te hubiera gustado trasladarte a Teruel y habernos visto en Huesca, tan lejos del mar?

ANTONIO.- Me lo he planteado muchas veces... ¿Qué quieres que te diga? No sé... el Destino no quiso.

VIEJA DAMA.- ¿Por qué Huesca y Teruel?

ANTONIO.- Tal vez por sus tardes sombrías, tal vez por su proximidad a Castilla sin estar allí, tal vez porque nunca estuve y quise estar, tal vez por el parecido de ambas con Baeza... no sé. Castilla estuvo siempre pegada a mi corazón; todo lo bueno y lo malo de mi existencia me ocurrió allí; yo intuía, por esto, que mi vida se apagaría fuera de aquellas tierras, que siempre fueron realidad para mí. Asumido mi destierro póstumo, quería estar en sitios cercanos.

VIEJA DAMA.- ¿Por qué no Andalucía? ¿Por qué no Baeza?

ANTONIO.- No... Baeza, no. “Al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. En Castilla sufría por mí, en Andalucía sufría por los demás. Es muy dura la vida en aquella región tan querida. ¿Cómo soportar tantas humillaciones a la tierra, tantos esfuerzos perdidos, tanta claridad herida por la desesperación, tantas injusticias que el viento pregona y destruye después? No sé ya si la guitarra es compañera del andaluz o le traiciona, si la romería es fiesta o cortejo fúnebre, si el vino de la campiña cordobesa aconseja o fustiga, si la Semana Santa es santa o no. Andalucía es una bella tierra administrada por duendes, esperpentos, terratenientes y vírgenes. Entre tanta gente, ¿qué puede hacer un viejo poeta solitario? Lloro por aquella mi tierra y llevo siempre conmigo sus cálidos atardeceres, sus acogedoras mañanas y la bondad del pueblo llano. ¿Qué será de ella? Me gustaría preguntarte a ti, que dominas el Tiempo, por el mañana de Andalucía y de España. Los tiempos difíciles que parece profetizar esta absurda guerra, ¿ocurrirán de verdad?

VIEJA DAMA.- Me temo que sí, Antonio. Faltan sólo días para que acabe el conflicto. Tus amigos, tus ideas, serán derrotadas. Escucha el último parte de guerra del próximo 1 de Abril, fecha final del sangriento acontecimiento: (Extiende su brazo derecho para presentar el testimonio sonoro.)

VOZ EN OFF.- (Enfáticamente.)- “¡En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos! ¡La Guerra ha terminado!”.

                                        (Suena fuerte el Himno Nacional. Momentos después decrece la música.)

VIEJA DAMA.- Después, treinta y seis años de Dictadura. Tras ese período, muchas de las libertades populares serán recuperadas, pero tampoco el nuevo sistema colmaría tus aspiraciones. En realidad, Antonio, tus ideas políticas sólo serán un eco triste en las futuras décadas; el mundo cambiará a gran velocidad, sepultando viejas teorías y creando otras. Al final, como siempre, poca variación: las injusticias y los conflictos se multiplicarán y el pueblo sencillo llevará a sus espaldas la miseria y el duro trabajo.

ANTONIO.- Tristes palabras las tuyas; y más aún intuyendo que será realmente cierto lo que profetizas. ¿Es que no hay posibilidad de cambiar verdaderamente eso?

VIEJA DAMA.- ¿Y me lo preguntas? Toda tu obra ha sido un camino para buscar la verdadera naturaleza del Hombre. Al principio, eras intimista, lo único que te obsesionaba era tu “yo”, tu individualidad, después descubriste la realidad social en esas dos regiones queridas: Castilla y Andalucía. Y al final, parecías haber fusionado esos dos conceptos: el “yo” y “los demás”; parecía que, por fin, atinabas a ver la auténtica condición humana.

ANTONIO.- Sí... es verdad. No hay problemas internos y externos; ambos son una misma cosa. La solución a todo el caos pasa, desde luego, por nosotros mismos.

VIEJA DAMA.- Tus preocupaciones en tal sentido van a desaparecer definitivamente. Entonces volverán a ti esas queridas tardes de antaño, llenas de luz, de lluvia y de Sol, con voces infantiles y miradas alegres... volverán todos aquellos bellos instantes de tu vida en los que no hubo reloj, ni recuerdo, sólo contemplación... (iluminación más clara) Estoy viendo una tarde otoñal de 1931. Lugar: Hendaya. Un paseo con Guiomar cerca del mar. (Aparece GUIOMAR con un quitasol de la época. ANTONIO se acerca al proscenio, sin dejar de hablar.) La poetisa estaba allí descansando. Su madre había muerto recientemente. Antonio fue a visitarla. Estuvieron varios días juntos. ¡Y en la tersa arena cerca de la mar, tu carne rosa y morena, súbitamente, Guiomar!”

¿Ocurrió? ¿No ocurrió? Poco importa aquí. Lo único que nos interesa es curar el alma dolida de nuestro poeta. La escena de la playa será lo que tenga que ser para su bien. Escuchemos a nuestra pareja...

(Nuevo mutis de la VIEJA DAMA.)

GUIOMAR.- ...No es eso lo que me preocupa. Me pregunto si el deseo, que muchas veces se confunde con el amor, no mata a éste; si la unión carnal no rompe la unión de almas.

ANTONIO.- ¿Por qué hablas de dos uniones, diosa mía? Yo sólo veo una.

GUIOMAR.- Hablo de dos porque la primera, la sensual, es provocada por el deseo. ¿Proviene éste, acaso, del alma o proviene del cerebro?

ANTONIO.- Naturalmente, el deseo nace en el cerebro.

GUIOMAR.- Luego, esa unión no es más que la satisfacción del "yo" que la mente de cada persona crea, no es más que puro placer personal...

ANTONIO.- Cuando sólo hay deseo, efectivamente es así.

GUIOMAR.- ¿Y qué otra cosa puede haber?

ANTONIO.- Amor, simplemente. Mira, Guiomar: cuando hay amor, ese deseo que tú mencionas no existe por sí sólo. Lo único que hay es una acción, un comportamiento íntimo que no sabes donde nace pero que te mueve; entonces no piensas, todo ocurre de un modo natural, porque tenía que ser así, entonces hay unión de almas y de cuerpos y todo es la misma cosa, un mágico estado. Eso nos ha ocurrido a nosotros.

GUIOMAR.- Si eso es así, ¿por qué dudo?

ANTONIO.- No sé que quieres decir...

GUIOMAR.- Si no interviene mi mente, entonces ¿cómo es que ahora ella misma me provoca la duda?

ANTONIO.- Porque el cerebro interpreta todo lo que no comprende, diosa mía. Aquello no lo entendió, escapaba a su limitado dominio; ahora lo juzga, lo interpreta. Pero esa interpretación nada tiene que ver con lo real, porque la mente nada sabe del amor.

GUIOMAR.- Quisiera yo, bien lo sabes Antonio, no tener esta incertidumbre en mí; he luchado mucho por evitarlas, pero vuelven a surgir una y otra vez.

ANTONIO.- No te preocupes. No hay que luchar contra ellas; déjalas que estén, no resistas. Tu indiferencia las borrará para siempre.

GUIOMAR.- Es tan difícil...

ANTONIO. - Lo fácil no nos interesa.

(Se oscurece la escena y vuelve a nosotros la VIEJA DAMA.)

VIEJA DAMA.- ¿Ocurrió? ¿No ocurrió? Voy a recitarles unos breves poemas escritos por Guiomar en aquellos días. Quizás nos aclaren algo...

“... Allí estaba su presencia,

 su frente ancha, su voz

rebosante de ternura

que sólo escuchaba yo...

El recuerdo se hizo aroma,

se hizo canto, se hizo flor,

 se hizo luz, se hizo brisa,

se hizo forma y color.» .

(Transición.) Muy cerca de Hendaya, en Fuenterrabía, veintidós años antes, durante el verano de 1909, Antonio y Leonor pasaron unos inolvidables días. También, ¡cómo no!, hubo serenos paseos junto a la playa...

(Durante este último parlamento de la VIEJA DAMA, se ha iluminado la parte izquierda y ha aparecido LEONOR. ANTONIO está junto a ella.)

LEONOR.- Así es como me gusta verte, Antonio: contento, comunicativo.

ANTONIO.- Siempre que estoy con mi niña querida, tengo el corazón lleno de gozo.

LEONOR.- Siempre, no. A veces, tu mirada está ausente, no sabría decir donde; tu boca, callada, tu pensamiento, perdido.

ANTONIO.- Sí, es verdad. Pero sabes que yo necesito de esos momentos de contemplación. Entonces me veo a mí mismo y todo cuanto me rodea. Esa es la fuente de mi poesía.

LEONOR.- Desde luego, cariño. Me gusta también verte de ese modo; lo que pasa es que soy muy celosa de esos ratos que no me dedicas, quiero te­nerte siempre a mi lado. ¡Qué egoísta soy!

ANTONIO.- (La abraza.)- No es egoísmo; es el mismo amor que yo te profeso. (transición.) Mira... el mar. ¡Qué paisaje tan diferente al que tenemos en Castilla! (Se oye fuerte el murmullo de las olas.)

LEONOR.- Sí, es cierto. Aquí se oye una voz permanente : la del mar. Las gaviotas dan vida y sonido también... el ir y venir de las olas sobre la arena... Es un paisaje más vivo.

ANTONIO.- Pero hay un gran parecido entre ambos: esa sensación de inmensidad que se tiene al mirar al horizonte; lejanía, rectitud, infinidad... como en Castilla.

LEONOR.- Sí. Cuando observo con atención el horizonte e intento atravesarlo imaginariamente, me llega una sensación de angustia, de impotencia...

ANTONIO.- Es el mismo horizonte de Castilla: lejano, fuerte, engañoso porque parece estar ahí cerca. De cualquier modo, hay muchas diferencias: allí hay miles de caminos; aquí parecen acabar todos; En Castilla existe una absoluta quietud en la tierra, en los árboles, en las casas; aquí todo es movimiento: las olas, las gaviotas, las barcas...

LEONOR.- ¿Te gustaría vivir junto al mar?

ANTONIO.- No. Yo soy un hombre de tierra. Lo que sí me gustaría es morir.

LEONOR.- (Sorprendida.) ¿Qué dices? ¿Morir?

ANTONIO.- (Sonriente.) No ahora, mi cielo. Morir junto al mar, cuando tenga que ser, claro.

LEONOR.- Me habías asustado.

ANTONIO.- Morir aquí debe ser hermoso. Se marcharía uno con el lento atardecer, acompañado por el vuelo de las gaviotas y la eterna sinfonía de las olas...

(Aumenta el murmullo del mar. Oscuro. Foco sobre la VIEJA DAMA, que está junto al reloj.)

VIEJA DAMA.- (Cantando.)- “Profeta ni mártir quiso Antonio ser, y un poco de todo lo fue sin querer”. Nuestro profeta acertó en su vaticinio. Claro, que no fue cerca de Francia, sino cerca de España; claro, que no fue frente al Cantábrico, sino frente al Mediterráneo; pero, eso poco importa; el mar está aquí y es larga la tarde... (Aparece ANTONIO) Quería preguntarte algo que antes olvidé. ¿Por qué creaste aquellos personajes como Abel Martín o Juan de Mairena?

ANTONIO.- Verás... El poeta no debe dar explicaciones; la poesía no se puede explicar. Por eso quise poner en otras bocas mis ideas sobre la vida, que poco a nada tenían que ver con la poesía.

VIEJA DAMA.- (Sacando unos papeles.)- Esto fue lo que me viste recoger entre aquellos cadáveres: tus últimos poemas, arrugados y manchados de sangre. ¿Por qué los abandonaste?

ANTONIO.- Mi último libro... Cuando me vi entre tantas muertes, cuando estuve en medio de la locura de la Guerra, tuve unos momentos de angustia y terror. Entonces me pareció que todo lo que había hecho era inútil, que había vivido en un mundo de ilusión, que la Poesía no tenía sentido entre tanta crueldad. Por eso me desprendí de esas hojas; era mi rendición, el reconocimiento de mi propio fracaso dentro de un mundo que para mí era, día a día, más extraño.

VIEJA DAMA. - ¿Y piensas aún así?

ANTONIO.- (Sonriendo.)- Afortunadamente, no. En los pocos días que he vivido en Collioure, he reflexionado mucho, y las pocas dudas que aún tenía, han quedado definitivamente muertas tras este instante eterno que estoy viviendo reconciliándome con mi pasado. La Poesía es magia y y el mundo necesita más que nunca de esa magia.

VIEJA DAMA.- Entonces... ¿te devuelvo tus poemas?

ANTONIO.- Mejor, no. Que parezca que el viento se los ha llevado. Dejemos que ese misterio sea el mejor poema en medio de la horrible realidad que presencié al salir de España.

VIEJA DAMA.- (Mirando a los apuntes.) Además... están manchados de sangre y, en parte, resultan ininteligibles. (Los rompe y lanza los trozos sobre la escena.) ¡Adiós a los últimos versos de Antonio Machado! ¡Permanecerán eternamente perdidos! ¡Con el último hombre, se fue su última obra! (Transición.) Bueno, Antonio estamos terminando. El viaje va a comenzar al fin. Una mujer te acompañará...

(Señala a un punto de la escena en donde ha aparecido una figura femenina en penumbra. Poco a poco se irá iluminando.)

ANTONIO.- ¿Quién es? No la distingo bien... ¿Leonor?

VIEJA DAMA.- No. No es Leonor.

ANTONIO.- ¿Pilar?

VIEJA DAMA.- Tampoco.

ANTONIO.- ¡Sí, es Guiomar! ¡Veo su vestido azul! Pero... ¡no! Es su vestido... pero ¡el rostro es el de Leonor...! (Mira a la VIEJA DAMA) ¿Quién es?

VIEJA DAMA.- Tu único amor: Leonor-Guiomar. Siempre fueron una misma persona. Así se explica el sueño de Leonor, aquellos idénticos ojos, tu boda con Guiomar... Permíteme que le dé la bienvenida...

(Se acerca a LEONOR-GUIOMAR y la invita a aproximarse, dándole la mano.)

VIEJA DAMA.- (La besa.) Bienvenida, al fin.

LEONOR-GUIOMAR.- (A la VIEJA DAMA.)- Me alegro de volver a verte. (Mirando a ANTONIO.) Soy muy feliz de estar otra vez contigo.

                    (ANTONIO se acerca a ella. Se besan.)

ANTONIO.- Y ya no volveremos a separarnos; los sueños han terminado...

LEONOR-GUIOMAR.- Sí, al fin. Vayan a otras tierras los fantasmas del pasado, los imposibles y las quimeras, y vuelva de nuevo entera la vida.

                    (Empieza a oírse el mismo vals de antes.)

VIEJA DAMA.- Escuchad... oigo de nuevo la música... Sí, vuelve la vida. (A ANTONIO.) ¿Aprendiste mi lección de baile? (ANTONIO hace un gesto para contestar, pero la VIEJA DAMA sigue hablando.) ¡Desde luego que sí! (A los dos.) ¡Vamos! ¡Bailad! ¡El mundo se ha detenido, el Tiempo se ha detenido, y vosotros podéis ahora girar verdaderamente, existir verdaderamente! ¡Vamos...! ¡Bailad, bailad...! (Los acerca y los sitúa. Empiezan a bailar.) Uno, dos, tres... uno, dos, tres... ¡Eso es! ¡Así, así! Uno, dos, tres... uno, dos, tres... (Abandona a los danzantes y se acerca al público.) ¡Ahí están...! ¡Nuestro instante mágico ha hecho el milagro que los años y los avalares de la vida no pudieron hacer. D. Antonio Machado y Leonor-Guiomar bailarán siempre en nuestro corazón este bello vals. ¡Ved el milagro! ¡Cómo podía imaginar Antonio que su poeta soñado para la “España de charanga y pandereta” iba a ser él mismo! ¡Poeta del pueblo y del campo, del amor y de la tarde, del mar y de la muerte! ¡Ved el milagro! ¡Amigos todos! ¡Me despido de vosotros...! Pero no, no temáis... no será una despedida larga... volveremos a vernos muy pronto. Ahora debo acompañar al poeta en su último viaje. ¿Por qué no nos juntamos un buen día de éstos? Podríamos pasar una agradable velada: cena, tertulia, baile... ¿De acuerdo...? ¡Hasta pronto, amigos?

(Se dirige rápidamente hacia el reloj. Levanta las manos y se oscurece súbitamente el escenario. La música cesa. Al volver la luz, vemos a ANTONIO sentado en el sillón. La VIEJA DAMA sonríe apoyada al reloj. Es la misma escena del principio.)

ANTONIO.- ¿Ya...?

VIEJA DAMA.-Ya.

ANTONIO.- (Mirando al reloj.) Las cuatro aún...

VIEJA DAMA.- Lo voy a poner en marcha otra vez.

                                (Coge el péndulo.)

ANTONIO.-¿Todo listo?

VIEJA DAMA.- Todo listo. No hay equipaje ya. Llegó el momento de subir a la nave que nunca ha de tornar.

ANTONIO.-¿Qué encontraremos?

VIEJA DAMA.- (Sonriendo.)- Desde luego, nada de lo que imaginabas...

(Pone el péndulo en marcha. El tic-tac se vuelve a mezclar con el ruido de las olas. Aumentan estos sonidos y disminuyen las luces de la escena hasta llegar al oscuro total.)

 

 

TELÓN

 

 

Lucena, Junio 1982

© Antonio Gómez Hueso. Todos los derechos reservados.