LA JUSTICIA Y EL ECLIPSE

(Fragmento)

Según el relato de sucesos prodigiosos de Filippo Notu, historiador y teólogo del siglo XIV, el día 27 de Octubre del año 1101 el sol se oscureció sembrando el pánico a todo el territorio meridional de los francos. En su libro "Cosmographia populaire" recoge este suceso en varios grabados y explica la confusión y el pavor que siguieron a este extraño fenómeno que duró, siempre según él, varias horas. El motivo de este súbito apagón se debía a un combate estelar entre los caballeros divinos Sire Stattocotvs y Monseñor Leconte de Villard, con el insólito resultado del fallecimiento de ambos, casi al unísono, tras un violento choque armado. Miles de personas se quedaron casi ciegas contemplando el fenómeno y su desenlace. Muchas familias, espoleadas por el terror, dejaron sus hogares y, con unos pocos enseres, abandonaron aquellas tierras buscando los rayos de sol perdidos. Luego, cuando pasó el fenómeno, tuvieron que regresar cabizbajas y apesadumbradas.

 

Algunos sacerdotes atribuyeron el final de aquel suceso a las órdenes que ellos directamente, por consentimiento divino, dieron al Sol para que volviese a brillar: "El sol obedeció los requerimientos de los hechiceros y, poco a poco, volvió a iluminar los campos". Otros dieron a Satán la autoría de aquel desconcierto tan insólito, agregando que la oscuridad del astro se debió a una flecha enviada por el arco del maligno, mientras cabalgaba sideralmente en su caballo negro, después de haberle robado la guadaña a Saturno. El Dios no podía ser muerto por Satán y, tras un momento de desfallecimiento, se recuperó, haciendo que el ángel negro huyera de nuevo a las tinieblas del cosmos. También pregonaron que la culpa de todo la tenía Puluga, dios de los Andamanes, que se sentía solo y olvidados por los hombres. Desde algunos lugares se vio todo como la señal de descomunal enfado divino que era preciso aplacar echando mano a una ofrenda de sangre humana, al sacrificio de una doncella o niño. Otras muchas interpretaciones del singular acontecimiento se oyeron aquellos días por villas, aldeas o posadas, que no podemos recoger aquí por la imprecisión con que nos han llegado los datos.

 

Aquel mismo día, mientras empezaba a declinar la potencia de los rayos solares, al medio día, comienzo del eclipse, la campesina Antonie du Terrail resistía como podía las acometidas carnales del conde Pier Boudet, sobre el montículo de heno del granero de su granja, sorprendida por aquel rufián, que sabía que el marido se encontraba muy lejos, ocupado en labores agrícolas; lo había visto desde su caballo cuando patrullaba con varios soldados. La infeliz mujer, joven aún pese a haber alumbrado ya dos hijos, se resistía valerosamente a los requerimientos obscenos del que yacía encima, intentando zafarse de la presión que le aplicaba con su cuerpo robusto, sujetándole los brazos, aplastándola, intentando separarle las piernas. Ni las súplicas de piedad, ni la fuerza que ella oponía debido a su rabia, frenaban el salvaje ímpetu del caballero, más bien lo estimulaban aún más a conseguir sus abyectas pretensiones. La mujer aguantó como pudo e incluso se libró a veces de su agresor, saliendo de su posición de dominada e intentando una huida que nunca funcionó, ya que fue atrapada y reducida una y otra vez. Ninguno de los dos, en la desenfrenada lid que mantenían, se percataría, seguramente, de la anormal penumbra que iba invadiendo poco a poco el establo.

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