Crítica de CIEN PÁJAROS CORTEJANDO AL FÉNIX

 

Por Francisco Ernesto PUERTAS MOYA

Escritor. Licenciado por la Universidad de Granada. Doctor Europeo en Filología Hispánica.

 

            Una muy cuidada edición de este libro, con una delicada presentación, una detallosa estructura (que incluye separador de páginas) y unas bellas pero tal vez escasas ilustraciones, no es lo más significativo de lo que contiene. Su densidad poética avala la desconocida y anónima existencia en el mundo literario de Antonio Gómez Hueso, que (a pesar de tener publicados dos libros previos a éste) está más relacionado con gentes de otros países que con nuestra tierra, donde vive y trabaja (ignoro si nació aquí, puesto que ello es accesorio y ornamental).

            El libro se divide en 40 poemas, el último de los cuales (Fugacidades) se compone de 61 epigramas numerados, de ahí su título numeral (cien). El estilo del autor es premeditadamente antipoético a veces, fundamentalmente filosófico, reflexivo, con una estructura imprecisa en los límites de la ordenación material, pero con una acertada disposición de los elementos internos que convierten cada poema en un universo completo, pero eficaz.

            El tema primario del texto es el Tiempo, un problema metafísico que toma forma de sugerencia ("al brazo compañero de ahora y al presente invisible" - Sutiles sugerencias). Tal vez la excesiva evidencia de la función temporal en los poemas, como obsesión, reste fuerza al carácter interpretativo y abierto que toda poesía deja, pero con la aclaración precisa del sistema filosófico en que podría insertarse. Gómez Hueso se adentra en la meditación de raíces germanas sobre la temporalidad y el ser, en un modo de expresión que ya conocimos en los poemas de Paco Agüera y que, a falta de más datos, no sé si podrá coincidir con más autores, no sólo de la provincia sino de la generación en que nacieron y vivieron (ahora cuentan todos ellos la treintena de años).

            Es típico de su modo de exposición póetico-filosófica jugar con la tipografía en los versos repetitivos, cíclicos, paralelos, donde se suceden violentas y desatadas ideas ("menos hombres, menos palabra, menos mar" - Invasión invisible).

            Acertado en la imposición de títulos, en la concisión y brevedad de las ideas y de las imágenes, Gómez Hueso ha bebido de la poesía española, desde Quevedo ("Mañana será tarde; hoy ya es ayer") a la mística (Elogio nocturno). Sus expresiones llegan a ser osadas, aunque simples: "y sus cenizas húmedas" (El universo somos tú y yo), con la inquietante presencia indefinida de las oscilaciones de la arena del desierto y la incertidumbre del mar, como metáforas abiertas y conocidas del curso de la vida, de la laberíntica existencia del pensamiento.

            Entrecortando los versos, buscando la expresividad por encima de los ritmos y a veces contrariándolos, el libro recoge una sensibilidad de placeres sencillos y cotidianos, destacando "Supón que es una confesión" entre los poemas amorosos. No obstante, el autor no ha renunciado (y, a veces, busca incluso involuntariamente) la rima. En un tono casi de murmullo, los poemas se desgranan fácilmente, con delicada impresión de que se trata de sinceridades y confidencias de amigo. En ellas, cabe el sedimento de un lector que renueva viejos tópicos literarios y se apropia de los viejos maestros, al citarlos indirectamente (es el caso de "Impresión marina", donde la forma y el fondo rezuman a Paul Valéry y su "Cementerio marino").

            La infancia como tema, así como la memoria y la felicidad, complementan el tema central, del que probablemente el Fénix sea símbolo como resurgimiento. También lo es de la ceniza ("Balance tras la pasión"). Los libros son metáfora del tiempo ("recuerdos embalsamados en papel" - Internacionalidades) y una constante recomposición de una cosmogonía oculta en el ser humano, con un mensaje optimista y sencillo, casi un rescoldo de los antiguos ideales de los chicos que vinieron de París en mayo del 68: "Levantaos y volad, que el mundo pesa" - Expectativas finales).

            Producto de la sensibilidad de los paradójico, hay una clara ambivalencia en sus palabras ("Tan cerca uno del otro, / tan lejos los dos" Añorándote); asimismo, un irrefrenable poder de la mente sobre el universo ("Al volver la última mirada, se derritió el sol" - Balance tras la pasión). La pasión se extingue con el tiempo y, a mitad del libro, el melancólico sentimiento del vacío, de la nada, del desierto, se hace más fuerte, y todo parece llenarse de miedo, sin perderse la aspiración de lo universal. El tango tiene su lugar en el poemario por ese estilo tierno, desenfadado, triste y sentencioso que tienen sus composiciones: "No subas al primer piso para dialogar;/que él baje a mitad de la escalera /... / No admitas tu derrota; no hay ninguna batalla./ No asumas las indicaciones expertas" - Jaque a la mujer.

            La oportuna reivindicación de Valle-Inclán se une a las influencias del 98, por ejemplo en "El ayer póstumo", con lo que de nietzscheriano se oculta en sus pensamientos. La simplicidad de las grandes ideas, de las insinuaciones y de la dilación va conformándose a través de los temas de amor y tiempo que han sido eje de toda gran obra poética. El sedimento pesimista de la obra ("quién iba a imaginar un gélido infierno" - El ayer póstumo) se cierra con una invitación, tal vez desesperada y tímida, a la confianza. Con tintes de humor e ironía crítica, los 39 primeros poemas son un alegato en favor del hombre y de la vida. El último poema es una acumulación de epigramas, algunos casi epitafios, donde se repasan obsesiones, casualidades, inocentes o perversas imágenes de un segundo, visiones y perspectivas que mezclan la física de Einstein con la metafísica de Heidegger, la imaginación infantil con las paradojas ("A menudo, tras decir algo,/ el silencio nos desautoriza" - VIII; "No tendrás más remedio que ser tú,/ si quieres que seamos uno". - XIII). Como una adivinanza o una greguería, un aforismo o una sentencia, una a una, van haciéndose las respuestas a posibles preguntas que no siempre están formuladas y que sólo se consolidan al final de forma explícita. El flamenco, con la seguiriya, deja un poso de pensar en ciertos temas tratados en Cien pájaros cortejando al Fénix, mezclados con el clasicismo griego y la escatología dantesca. Junto a los autores más representativos y a sus ficticios personajes (Lewis Carroll, Beckett, Hermann Hesse, Borges), Gómez Hueso se sitúa (al menos por el planteamiento) a un autor cercano a nosotros, Manuel Lombardo. La simetría entre ambos (opino que incluso vitalmente) puede observarse en XLVI: "Respetemos las leyes y a los gobernantes,/ obedezcamos a nuestros superiores,/seamos educados y sociables.../¿y si nos pegásemos un tiro?". Lombardo expresó esto del siguiente modo: "Orden, orden, orden... por cierto, ¿habéis visto algo más ordenado que un muerto?" (De "Jaulas, espejos y relojes").

            El final del libro es una simple interrogación ("¿existe el mar?") que todo lo pone en duda y simplifica, enorme y solitaria pregunta sin respuesta, como la enigmática dedicatoria del libro. Nuestra máxima demostración de catetería y provincianismo sería olvidar y obviar a autores cercanos a nuestro entorno que podrían estar en la primera línea del pensamiento mundial y cuyos libros se arrumban en los viejos estantes de las papelerías.

 

Publicado en el diario Jaén, 11 de Octubre de 1990.