ALGUNOS POEMAS DE

EL MÁS BELLO JARDÍN

El desierto es el jardín de Alá" PROVERBIO ÁRABE

 

la creación

 

Alá creó cuatro vacíos:

 

El primero, el universo,

que mantiene todas las cosas.

 

El segundo, el mar,

que retiene todas las aguas.

 

El tercero, el hombre,

que sostiene todos los sueños.

 

El cuarto, el desierto,

que contiene todos los infiernos.

 

 

 

elogio de mi camello

 

Mi camello, relámpago de oro y seda,

el más bello presente que Alá me hiciera,

no pregunta, pues nada sabe,

no protesta, pues nada espera;

sólo tiene corazón de viejo amigo alado,

confidente único de penas y quimeras.

 

Mi camello, latido de voluntad,

avanza con su alma liviana,

destrozando espejismos satánicos,

pisando a los espíritus malvados

que huyen por angostas grietas,

alertando a los escorpiones dorados,

esperanza de esta confusa tierra.

 

Si te monta el pirata infiel,

revuélvete y lánzalo contra las mimosas;

si te hiere el mercader traidor,

piérdelo detrás del horizonte;

si te maltrata el arpío guerrero,

balancéalo en batalla hasta que lo mueran.

 

Material del viento,

tiene vuelo, y no es ave,

compasión, y no es hombre,

y una cierta felicidad

al llegar la tarde.

 

Mi camello, pozo de paz y sal,

sufriremos extraviados por los remolinos,

descansaremos juntos en medio del oasis,

moriremos encontrados en cualquier camino.

 

Yo quiero su compañía también

en el jardín eterno de Alá.

 

 

añoranza en ruta

 

Llévote tatuada en el alma,

despejando estelas de cristal.

Tu imagen refulge entre candiles,

al abrigo de la luna,

mientras los espejos palpitan

y las espingardas acechan.

 

Avanzamos rompiendo días

por estos yermales soporíferos,

a la búsqueda de aquel jardín

de Abqar legendario,

sin saber si sigue allí

donde un día

lo dejamos.

 

 

canto de paz de los tuaregs

 

Alá bendiga a tu madre, caminante,

porque rebanó una senda por las dunas

y te embozó con amor cuando la tormenta.

 

Somos viajeros de la luz celestial,

escrutando los desfiladeros del tiempo,

desvirgando el laberinto más difícil:

 

sin paredes,

sin pasillos,

sin puertas

ni puentes,

sin escaleras,

sin galerías,

sin salidas,

ni entradas.

 

Defenderemos a los buscadores de estrellas,

que sustentan sesgadas vidas de poetas.

Aniquilaremos a los ladrones de leche

que sacian las ubres de nuestras camellas.


No reconocemos la fatiga ni el desaliento,

nuestra alma callosa es columna de piedra,

ganadora de penas sedientas y de horas,

abre vereda por los dominios del viento.

Llevamos el misterio como arma compañera

y unos ojos de mercurio

para escrutar el firmamento.

 

Alá nos bendiga, caminante,

y, al amanecer un nuevo sol,

nos dé otro destino,

itinerante.

 

 

 

bajo el sopor del sol

 

El escarabajo escarba bajo el humus ardiente

atravesando el cráneo de un pastor

remoto y apagado.

La serpiente serpentea por el subsuelo olfateando gusanos,

abriendo túneles y agujeros, cerrándolos.

Las hormigas hormiguean grietas,

con su obstinación legendaria

de rebusca vital.

 

En el glorioso mediodía,

el cadí, reinando sobre una duna,

desgrana sus cuentas de ébano,

recita su plegaria diurna,

garabatea arabescos al aire,

todo por la gloria de Alá

(bendito sea por añadidura).


Abrasadora niebla de fuego y cristal,

asperones multicolores bajo mis pies.

Flamea el paisaje

como un latido de alma sedienta,

bajo el aire explosivo,

bajo las nubes púrpuras,

bajo el sol abrasivo.

 

Hasta las sombras huyen

de este desatinado destino.

 

 

 

plegaria del tuareg errante

 

Alá, mi dios, permíteme que viva

hasta que las lluvias sacien mi hambre,

desemboque mi sino en el océano

y en los vergeles canten los rebaños.

 

Alá, mi dios, permíteme que tenga

saliva y umbría a mi medida,

añoranzas compañeras de mi ruta

y seque mis ojos la arena.

 

Y permíteme también, mi dios, Alá,

antes de que yo muera,

errar solitario, sin senda,

con mi violín oxidado

y el viejo camello que me legas,

sin prisas, pues nadie me espera,

sin caravanas, pues la soledad es mi seña.

 

Y yacer al abrigo de tu cuidado,

y dormir con una fuente a mi vera,

yo, mi camello y el recuerdo de ella.

 

Permíteme, Alá, mi dios, morir en esta tierra.

 

 

 

omnipresencia de la momia

 

Centinela de sombras,

está sola,

muy sola,

sola, sola,

tremendamente sola.

 

Su nariz huele recuerdos de incienso,

sus ojos escrutan fantasmas de piedra,

su boca espera un resucitador beso.

 

Ningún espejo nególa,

ninguna hoguera quemóla,

ningún dios salvóla

y todavía vida atesora.

 

Horizonte de los siglos,

reloj que canta extrañas horas,

dueña del aire alado,

su mutismo todo lo devora.

 

La momia,

guardiana del tiempo,

parece que nos guiña,

nos increpa, se mofa.

 

Y, al final, una sonrisa esboza.

 

 

 

© Antonio Gómez Hueso.